sexta-feira, 3 de fevereiro de 2012
En tiempos de integración y de constitución de organismos como la CELAC sin la presencia de Estados Unidos, bien vale recordar a manera de homenaje, a los 100 años de su trágica muerte, a un prócer “nuestroamericano” como el ecuatoriano Eloy Alfaro (1847-1912).
Eloy Alfaro fue ungido en la Jefatura Suprema del Gobierno de Ecuador en 1895, mediante una acción armada popular que derrocó a la oligarquía gobernante. Se trató de una revolución de carácter laico y con fuerte acento anticlerical, que se propuso nacionalizar los bienes de manos muertas, eliminar las relaciones feudales de trabajo existentes –sobre todo la servidumbre indígena–, institucionalizar la educación pública, laica y obligatoria, buscando ampliar y democratizar la acción del Estado, redistribuir la propiedad de la tierra y afianzar un proceso de integración de las aisladas regiones ecuatorianas, principalmente a través de un plan de ferrocarriles nacionales. Al mismo tiempo buscó la resolución del problema secular territorial con el Perú por medios pacíficos. Todo un programa de gobierno progresista para la época.
Pero en lo que queremos destacar a Eloy Alfaro es en su labor internacionalista, americanista. Alfaro pretendía reconstruir la Gran Colombia, convencido del poder que da la unidad, y convencido de la justeza de los sueños de los libertadores, especialmente de Bolívar, para lo cual entró en negociaciones con los gobiernos de Venezuela y Colombia. La diplomacia de los Estados Unidos maniobró para impedirlo. Más de 30 años después de la última gran iniciativa por concretar un Congreso Americanista, Alfaro lo volvió a intentar. Su objetivo iba de lleno en contra de los intereses de la potencia del norte: pretendía que dicho Congreso analizara y reglamentara la aplicación de la doctrina Monroe –“América para los americanos”–, usada por los Estados Unidos como la justificación de sus desmanes e injerencias en el continente para garantizar su expansionismo sobre América Latina y el Caribe. Como señala el historiador ecuatoriano Paz y Miño, “apenas pudo reunir en México (1896) a pocos países que, sin embargo, acordaron una contundente declaración que impulsaba a sujetar la doctrina Monroe a una legalidad y juridicidad continentales, y no al capricho estadounidense”. Por supuesto que dicho Congreso fracasó porque fue boicoteado por los Estados Unidos.
Al Palacio de Chapultepec de México, en 1896, convocados bajo la iniciativa de Eloy Alfaro, concurrieron apenas ocho repúblicas. En cambio en 1889 –tres años más tarde–, ya bajo el control organizativo yanqui, se realizó en Washington la llamada Primera Conferencia Panamericana, bajo “los loables objetivos” de preservar la paz, adoptar el patrón dólar plata, la formación de una unión aduanera, derechos de patentes, autor y marcas, uniformidad en sistemas de pesos y medidas, etc.; a esta Conferencia asistieron todos los gobiernos del hemisferio, salvo República Dominicana.
Ese propósito “alfarista” de crear un Derecho Público Americano que impidiera la manipulación de la doctrina Monroe, tuvo que esperar más de un siglo para que en el concierto de las naciones sudamericanas se creara Unasur, y se dieran las condiciones para que luego surgiera la CELAC –sin la participación de los EE UU–, organismo que visto bajo el prisma histórico bien puede catalogarse –entre otras tantas e importantes cosas– como la reinstalación de aquel frustrado Congreso de 1896, con lo cual podemos afirmar que se comenzó a cumplir con el objetivo que se proponía Alfaro.
Alfaro, asesinado impunemente hace cien años por una turba al servicio de la oligarquía conservadora de Quito, es hoy figura inspiradora y guía de la llamada revolución ciudadana encabezada por el presidente Rafael Correa. La semana pasada se cumplieron cinco años de este proceso en el Ecuador, país que, al decir de su presidente, “salía de las tinieblas del neoliberalismo” para pasar “de una época de cambio a un cambio de época”.
En el nuevo Estado ecuatoriano, multiétnico, multicultural, que se propone, tal como lo marca su nueva Constitución, alcanzar para todo el buen vivir, el “sumak kawsay”, la propuesta progresista tiene cinco ejes fundamentales: la Revolución Constitucional, la lucha contra la corrupción, la Revolución Económica, la Revolución de Educación y Salud y el rescate de la dignidad y soberanía.
A través de su cuenta en Twitter, Correa expresó el sábado 14 de enero: “para mí el mayor logro de la Revolución: haber despertado esas energías internas del país, la voluntad de cambio, la fe en nosotros mismos. Nuestra Revolución SIEMPRE debe ser la de la alegría. El odio, la amargura, la revancha, no conducen a nada. Hasta la victoria siempre”, manifestó.
Estas propuestas de la revolución ciudadana, estos estados de ánimo logrados, partes indisolubles del cambio de época que se va instalando, no sólo en el Ecuador, sino en gran parte del continente, del que organismos como Unasur, CELAC, ALBA son instrumentos necesarios, muestran que nuestros procesos políticos de hoy vienen a retomar los idearios de los que en el siglo XIX, como fue el caso de Eloy Alfaro, dieron su vida por una América Latina y el Caribe independientes, soberanas, sin tutelajes imperiales